jueves, 6 de julio de 2017

Plaza de los Inocentes: Las Hamacas y el Tambor

     Decidí aunar las reflexiones sobre estos dos juegos puesto que dos similitudes me lo permiten y sugieren:

     1- Su movimiento pendular, donde se pasa de un extremo al otro volviendo siempre al punto central, coincidente con el estado natural de reposo (del péndulo en la Hamaca, del conjunto de péndulos en el Tambor).
     2- El propósito de ambos suele apuntar a lograr los máximos posibles de sus extremos (llegar lo más alto posible en la Hamaca, producir la verticalidad del Tambor).

     Estas dos premisas nos llevan a una conclusión lógica: para alcanzar el lugar deseado, el niño deberá ocupar repetidas veces el medio, es decir, el punto de inicio y el que más quiere evitar.
     La similitud con la vida adulta es clara: Cuando se busca el éxito, se deben esperar puntos bajos. Y no solo esperarse, sino tomarse como lugar donde tomar impulso.
     También es apreciable que nadie aprendió a hamacarse solo, y que las personas que nos enseñaron a hacerlo recibieron más de una patada nuestra (sobre casos especiales habló Freud en sus textos sobre el complejo edípico; si usted pateaba a propósito busque ayuda).
     Podemos destacar, como al pasar, que nuevamente se presenta el tópico de lo repetido e indeseado (el punto más bajo del péndulo), tal como el carácter cíclico del síntoma freudiano. Incluso es tan repulsiva la idea de volver a este punto que muchos niños saltan en un último intento de alejarse del mismo, de alcanzar un máximo más allá del juego.
     A veces solo - y me permito pedirle prestada una estrofa al conjunto que esperábamos ver con mi colega -, solo nos queda decir:

"Venga ese vaso, venga ese abrazo.
Brindemos, hermano, por todo lo malo:
Tal vez lo bueno está por llegar"*


*Don Lunfardo y el Señor Otario, "Misiles con mantequilla".