miércoles, 22 de enero de 2014

Hay que ser realmente idiota para... (Julio Cortázar)

 Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone.
Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.
    Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforescente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.

martes, 21 de enero de 2014

Para leer en silencio

Y es que es solo cuando la quietud circundante me inunda que me pierdo por allí.
No cuando mis fantasmas se tornan efusivos.
Nunca en el instante donde mis lágrimas se confundieran con mi sangre; No.
El dolor no es permitido allí.
Shh. Silencio. Tal vez, si acallamos nuestro pensar por un momento, logramos encontrarlo.
Ahí está, ¿Lo sientes? ¿Logras percibirla?
Esa marea que, la que con su vaivén lleva mi boca, mis manos, mis ojos.
Esta brisa casi imperceptible que logra sin esfuerzos reanudar el movimiento dentro de mi corazón.
Shh. Háblale sin sonidos. No tengas miedo. Escúchale. Escúchate...
Tantos se han perdido en tu orilla, mi sitio amado.
No me abandones hoy, que tal vez mañana no te haya podido olvidar.
Tienes muchos nombres, pero hoy solo conozco uno. Y es el único indispensable.
Y es que tu toque sopló dentro mío. Y dentro de todos. Y de nadie, sin dudarlo.
¿Estás atento, intruso? ¿Qué sientes al perpetrar mi alma en lo más profundo de su naturaleza?
Hoy te he permitido violar mi adicción más pura. Y nunca más volverás aquí.
Porque has visto dentro de mí, y por obra mis manos traidoras, el que es mi amor más irracional.
El lugar donde la Oscuridad no sobrepasa su encierro de letras y tinta.
Ese lugar de luz palpable y Violetas diluidas en aguas donde reposar.
Bienvenido, oh Forastero, a mi Lugar Secreto.

viernes, 17 de enero de 2014

Droga (DLSO)

Sos peor que una droga, mujer.
Un asesino difuso, tal vez,
Que se a enquistado en mi pecho y mi vos
Para inyectarme ficciones.
Me he enamorado de un monstruo irreal:
De ese fantasma que habita en un bar.
Por las noches juega a intoxicar
Corazones en celo.
Sos mi preciosa adicción:
Un personaje que me obnubiló.
Huele tan rica esa piel...
Voy a caer en tus garras otra vez.
Mujer me estás consumiendo;
Soy un disfraz de mi cuerpo:
Un esqueleto de fiebre y sudor.
Nunca me conformo con lamer el plato
Del silencio ingrato de una despedida agreste
Que está pintarrajeando
El punto final
Que me hará bajar
En picada obligado a olvidar
Que sos peor que una droga.

martes, 7 de enero de 2014

Mi loquero de labios y corazones

Dicen que enloquecí.
Que finalmente soy esclavo de mi pensar.
Que mi locura se apiada de mí solo cuando me permite ocultarla por momentos.
Dicen que enloquecí.
¿Y si no fueran tan solo falacias en boca de conspiradores?
¿Y si mi razón se desconociera frente al cristal de tus ojos?
¿Y si enloquecí?
Muchos son lo que al degustar mi palabrerío dudan de mi juicio,
Y tanto más los que han catado mi esencia a bocanadas en violáceas respiraciones.
Y no se equivocan: Estoy loco.
Loco a la par de pocos; Loco a la par del mundo.
Loco sin par.
Más no se confundan: Este loco no compartirá su desquicio.
Por años he perseguido su ocaso; Por siglos busqué su cenit; Por estrofas rastreé su perfección.
Y hoy he enloquecido.
Y mis ojos aún lloran, y mis labios aún besan. Y mi corazón aún se anima a latir.
Pues he saboreado la locura antes de hoy, y antes de ayer.
Y estuve tan recto como el mejor de mis principios. Y tan retorcido como el peor de mis sueños.
Y pude ver mi locura, y preguntarle sin despegar mis ojos de los suyos:
"¿Por qué he de convertirme en loco? ¿Qué mover de tus piezas me ha privado de mi cordura?"
Y mi enloquecer respondió:
"Ellos dicen que soy un soñador. Pero no soy el único, ¿Verdad?"
Y entonces mi corazón tamborileó presto a una nueva batalla.
Y me marché, acompañado por mi locura y mis ojos; Mi corazón y mis labios.
Si. He enloquecido. Y me encanta.

Bs As New York (DLSO)

El cielo es una autopista,
La ciudad huele a formol;
Elefantes de metales
Montan ese hormigón
Nauseabundos policías:
Pirotécnica función.
El teatro está repleto
Y la muerte es el telón.

Quieren meterte en el Borda,
Guardarte en un cajón.
Las pirañas de corbata
Te estrujan el corazón.
Con la mierda en las rodillas
Es difícil caminar:
Podrán joder el camino
Pero no nos detendrán.
Hoy no. No, no, ya no.

Ellos tienen oficinas;
Yo solo te tengo a vos.
En verdad, últimamente,
No me queda ni tu olor.
¿Será que extraño tus gritos?
Tu locura es mi motor
¿Será que extraño esos besos
Que siempre dicen que no?

Los bondis de Saavedra,
Birome y bandoneón
¿Será que nunca conocí New York?
Tu acento de porteña,
Cuervos al rededor
Y esto está oliendo a Buenos Aires-New York
Tu caparazón violeta,
Gusanos con reloj
Me estoy pudriendo en Buenos Aires-New York

Los corderos se deshacen
En el buche del pastor;
Un satélite agridulce
Saboriza nuestro show.
Una bolsa de esqueletos
Patrocina el comensal
Y le escarba los colmillos
Con paciencia de hospital.

Los naipes sobre la mesa,
Me carteo una ilusión.
Grito "Truco" a los recuerdos:
"Falta envido" y faltás vos.
Las calles son un pantano;
Nena, sos mi ventiluz.
Sonrió para la foto
Pero dijo glú, glú, glú...

Fuiste mi mejor poesía,
Fuiste mi mejor canción.
Y si el verbo está en pasado
No fue por mi decisión.

¿Será que extraño tus gritos?
Tu locura es mi motor
¿Será que extraño esos besos
Que siempre dicen que no?

Los bondis de Saavedra,
Birome y bandoneón
¿Será que nunca conocí New York?
Tu acento de porteña,
Cuervos al rededor
Y esto está oliendo a Buenos Aires-New York
Tu caparazón violeta,
Gusanos con reloj
Me estoy pudriendo en Buenos Aires-New York