domingo, 3 de marzo de 2013

Debe estar bueno eso de soñar (Cap.II)


  Martín había caído de sorpresa en la casa de Luis Alondre sin dinero, con un pantalón corto como vestuario completo y una muñeca torcida. En cinco días ya se había merecido el cariño de Mara, que se deleitaba, tal vez demasiado, con sus historias. Y esa atención particular, que el muchacho aún no había descubierto, enfurecía a Luis. Pero mientras Martín no se percatara de ello, el anciano no tenía problema en que se quede, siempre y cuando lo ayude en el campo.
       Esa noche, Martín no durmió. En la mesa del desayuno, a pesar de su aspecto lamentable, Mara lo siguió encontrando atractivo. Luis entró a la cocina, y no tardó demasiado en enterarse lo que había pasado anoche. Realmente, dado que Martín no atinaba a meterse la tostada con manteca en la boca, no tenía que ser un detective muy brillante.
       - Por lo menos decime que esta la vas a llevar a la editorial.
       Martín ni siquiera tenía fuerzas para hacerse el desentendido.
       - No creo que me acepten una novela sin terminar, Don Luis. ¿A qué hora empezamos?
       - Yo, en veinte minutos; Vos, mañana a las siete y media. Ahora, andáte a dormir.
       - No, Don Luis, necesito trabajar, sino voy a seguir escribiendo y eso me cansa más que andar haciendo mandados.
       - No Martín, no vas a laburar así.
       - Por favor Don Luis, enserio estoy despierto.
       Luis lo miró dubitativo. No parecía estar capacitado para trabajar, pero sabía que tampoco iba a irse dormir.
       - Está bien, pero hasta las doce, y después te dormís, ¿Está claro?
       - Si Don Luis, está claro.
       Pero parece que no estaba lo suficientemente claro, porque Martín mezcló las dos partes del trato mientras manejaba hacia el pueblo. La camioneta giró cinco veces antes de caer en una zanja y quedar mirando al cielo. Siete años en coma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario